viernes, 29 de abril de 2011

GEOGRAFÍA OCEÁNICA


La última capa del globo terráqueo, donde se desarrolla la vida, es la litosfera o corteza terrestre. En ella se encuentran tanto los océanos —corteza oceánica—, como los continentes —corteza continental—.

La corteza oceánica es muy pequeña con respecto a la totalidad del volumen de la Tierra —su masa corresponde tan solo al 0,099% de la del planeta—, es sumamente delgada —sus profundidades oscilan entre 1 y 10 km— y está compuesta por rocas de basalto que se han formado como consecuencia de la actividad magmática.

La corteza continental, compuesta por rocas graníticas que se encuentran sobre una capa de basalto, es mucho más gruesa —su espesor máximo es de 64 km— y su masa corresponde al 0,37% de la del planeta.

LAS FRONTERAS ENTRE LAS PLACAS

La litosfera, relativamente fuerte, está compuesta por piezas o placas que flotan sobre un océano de magma. Estas placas, conformadas tanto por corteza oceánica como continental, se mueven lateralmente, siguiendo las corrientes convectivas del manto, de las zonas calientes hacia las zonas más frías; chocan entre sí, se destruyen y se hunden para fundirse nuevamente en el magma y al hacerlo generan profundas grietas oceánicas, cadenas de volcanes, extensas fallas, grandes elevaciones lineales y retorcidos cinturones de montañas.

Esta reproducción y destrucción de la corteza terrestre genera un fenómeno dinámico conocido como tectónica de placas, en el cual los movimientos de convergencia, de subducción, de deriva y de regeneración del material ígneo magmático, están íntimamente relacionados entre sí y conforman la compartimentalidad de la piel del planeta; el secreto que hace de la Tierra un motor viviente, siempre en busca de equilibrio.

En la actualidad la litosfera planetaria está dividida en ocho grandes placas —la africana, la atlántica, la eurasiática, la indoaustraliana, la de Nazca, la norteamericana, la pacífica y la suramericana— y en 24 placas más pequeñas —la de Anatolia, la arábiga, la caribeña, la de Cocos, la filipina y la somalí, entre otras—, que se mueven a la deriva sobre el manto, a una velocidad de 5 a 10 cm al año.

Es apenas natural que las fronteras entre las placas, generalmente localizadas bajo los océanos, sean especialmente agitadas; generan aproximadamente el 95% de los sismos del mundo. De acuerdo con los movimientos relativos entre placas, se identifican tres tipos fundamentales de fronteras:

LAS FRONTERAS DIVERGENTES

En ellas, dos placas se mueven alejándose una respecto de la otra, debido a que los fluidos magmáticos que emergen desde el manto a través de las fisuras que éste crea en la corteza, al entrar en contacto con el agua de mar, se enfrían, solidifican y acumulan, taponando dichas fisuras. Se genera una especie de cremallera que se encarga de cerrar las grietas, pero la presión de los fluidos magmáticos dilata nuevamente los empalmes de las fisuras; es decir, abren la cremallera y el proceso se repite continuamente; entonces la materia recién brotada hace que la anterior se vaya alejando a cada lado del eje central, en una permanente renovación del suelo de la corteza oceánica que comúnmente se denomina como formación del fondo oceánico.

Estas estructuras morfológicas conocidas con el nombre de dorsales, son muy activas y se encuentran casi siempre en la mitad de los océanos, circundando el globo. Allí los sismos son más someros —poco profundos— y se encuentran alineados estrictamente a lo largo del eje de divergencia; esto puede observarse en la dorsal del Pacífico o en Islandia, donde se localiza la dorsal del Atlántico.

Con el tiempo la litosfera que se ha alejado más del eje central, la más antigua, aumenta de espesor y su densidad sobrepasa la del manto que la sostiene, provocando su hundimiento —generalmente con un ángulo de penetración muy pronunciado—, con lo cual inicia su disolución en el manto por fundición, para dar comienzo a un nuevo ciclo de regeneración del suelo oceánico.

LAS FRONTERAS CONVERGENTES

También son conocidas como de subducción; en este caso una placa oceánica, al chocar con una continental se hunde bajo ella y penetra hacia el manto a más de 100 km de profundidad, para fundirse en él. Este proceso genera sismos de profundidad e intensidad diversas y crea cadenas de montañas y volcanes a lo largo de toda la zona de choque.

LAS FRONTERAS TRANSCURRENTES

En ellas, las placas se desplazan lateralmente una respecto de la otra; allí no se elimina ni se crea litosfera como en las otras clases de frontera, puesto que no hay fundición con el manto, pero los sismos que producen son someros, de gran intensidad y con falseamiento de rumbo; es el caso de la Falla de San Andrés, en el área de California.

EL MUNDO TRIDIMENSIONAL DEL OCÉANO

Donde la tierra continental se sumerge bajo las aguas, a partir de la zona litoral, se encuentra un mundo misterioso, fascinante y desconocido. Es un espacio donde la vida adquiere formas completamente diferentes; una masa de agua salada, única y en permanente movimiento, que cubre más de las dos terceras partes de la superficie del planeta, regula los procesos vitales para su funcionamiento e interactúa con los demás elementos, logrando una simbiosis sorprendente con la atmósfera y la tierra. Le llamamos océano.

De los 510 millones de km2 que tiene la superficie del planeta, los océanos representan unos 362 millones de km2, incluyendo la porción de plataforma continental sumergida en el mar, que abarca 28 millones de km2. La profundidad de sus aguas es de 4 km en promedio y la fisonomía del fondo marino está determinada por el continuo ciclo de los movimientos tectónicos que modifican permanentemente sus accidentes geográficos. Los fenómenos geológicos, físicos, biológicos, y químicos que allí ocurren, difieren notablemente de los terrestres.

Las especies vivientes del océano existen en un medio cuyo espacio es aproximadamente 300 veces mayor que la de todos los continentes e islas del globo. Con la movilidad que este medio acuático les permite, aprovechan mucho mejor el espacio vital disponible; no dependen, como los animales terrestres —con excepción de las aves—, de su contacto con el suelo: flotan, gravitan y se desplazan a lo largo, ancho y profundo de un mundo tridimensional. En estas condiciones especiales han evolucionado seres extremadamente diferenciados, de acuerdo con las condiciones de temperatura, salinidad, profundidad y luminosidad del lugar donde habitan.

LAS PROVINCIAS DEL OCÉANO

De acuerdo con la cercanía al litoral, la profundidad y la cantidad de vida que presentan, el océano se divide en dos grandes provincias, la nerítica y la oceánica.

LA PROVINCIA NERÍTICA

También llamada plataforma continental, corresponde a la región que va desde la línea costera hasta el inicio del talud continental; en promedio es de 75 km y en la mayoría de los casos corresponde a la zona de interés económico de las naciones que tienen costas sobre los océanos.

Su superficie es más o menos plana y está expuesta a los efectos de la erosión marina; sus aguas, fuertemente influenciadas por la variación de las mareas, no sobrepasan los 200 m de profundidad y permiten que los rayos del sol penetren hasta el fondo, creando un ambiente propicio para el desarrollo de la vida vegetal y animal. Allí abundan los nutrientes y prolifera el plancton, lo que facilita la existencia de numerosos bancos y cardúmenes de casi la totalidad de especies de peces marinos; también es el lugar donde crecen los mayores arrecifes de coral. En esta zona se realiza casi toda la pesca comercial en el mundo.


LA PROVINCIA OCEÁNICA

Al final de la plataforma continental o zona nerítica, que tiene un suave declive, se inicia el talud, un descenso brusco que cambia instantáneamente todas las condiciones: la profundidad del agua aumenta, las formas de vida conocidas, asociadas al mar desaparecen gradualmente y la luz solar no alcanza a penetrar más allá de los 300 m; es la provincia oceánica que abarca desde el talud continental hasta los grandes fondos marinos o zonas abisales y comprende el mar adentro y el mar abajo.

El punto de descenso a los abismos oceánicos se denomina borde continental; está ubicado en la parte interior de los taludes y es el que realmente marca el límite entre la región continental y el dominio oceánico. Aunque su límite no siempre es fácil de detectar, tiene la forma de un surco muy profundo que termina tajantemente; en algunos casos, sin embargo, se trata de una saliente poco inclinada —llamada gracis—, que da continuidad al talud con la llanura abisal.
El talud está conformado por una serie de escalones que por lo general se encuentran a los 500, 700 y hasta los 1.200 m, para luego llegar a los fondos abisales que conforman la mayor parte de la provincia oceánica. Tanto por su complejidad como por su relieve, el fondo marino tiene una topografía muy similar a la de los continentes, compuesta por llanuras, valles, cordilleras y montañas que se encuentran sumergidos entre los 4.000 y 11.000 m de profundidad, pero sometidos a presiones y fuerzas gravitacionales completamente diferentes de las que se presentan sobre la corteza continental.


La oceanografía clasifica el relieve de los fondos abisales en tres grandes conjuntos: formas planas, formas salientes y formas deprimidas.

Las formas planas tienen un relieve del tipo característico de una llanura, como sucede en las cuencas de la región noroccidental de Australia, en la cuenca del Pacífico Central y en las cuencas brasileña y argentina en el Atlántico Sur.

Las llanuras oceánicas son extensas zonas de fondo arenoso, arcilloso o fangales, donde raramente encontramos cualquier otro tipo de morfología. Son extensiones interminables sólo cubiertas por agua, donde se presenta una que otra tormenta de arena, cuando las corrientes profundas se agitan; de hecho, estas zonas son conocidas también como los desiertos oceánicos, por la notoria disminución de la flora y la fauna.

Las formas salientes se destacan de manera notable en la vastedad interminable de las llanuras oceánicas, no sólo por su gran tamaño, sino también por lo intrincado y espectacular de sus relieves. Se clasifican según su localización y origen en las de gran longitud y extensión —por lo general llamadas dorsales o ridges— que conforman verdaderas cordilleras a lo largo del fondo oceánico y las montañas marinas aisladas, que de acuerdo con su estructura pueden ser denominadas pitones —picos submarinos— y guyots —montes en forma de cono truncado—.

Una de las dorsales más famosas está ubicada en el fondo del océano Atlántico; recorre más de 15.000 km, entre América, África y Europa, en forma de doble 'S' —su estructura casi toca los dos polos—. Investigaciones recientes aseguran que esta dorsal no sólo recorre el Atlántico, sino que se extiende alrededor de la Tierra, por más de 60.000 km con unos 2.400 km de ancho conformando así un sistema que se inicia en la cuenca eurasiática del Ártico, pasa por Islandia y las Azores en el Atlántico Sur; se dirige hacia el oriente y da la vuelta al suroriente de África hasta el océano Índico; de allí vuelve hacia el sur, para pasar por el sur de Australia; cruza el Pacífico Sur y el Oriental hasta las Galápagos y asciende al golfo de California para continuar hacia el Polo Norte.

Los pitones se destacan en el fondo marino por su esbelta, lánguida y solitaria figura que soporta las embestidas del océano; tal es el caso de los pitones de Vema o los de Meteor al suroeste del continente Africano.

Los guyots, por el contrario, tienen una apariencia extraordinariamente robusta; son como Vesubios submarinos que pueden alcanzar más de 4.000 m de altura y unos 10 a 15 km de diámetro. Entre los más conocidos están los del gran Banco Mentor —Islas Canarias al borde de la Dorsal del Atlántico Central—, los de Ob y Lena, en el océano Índico. Dentro de este grupo, también se encuentran las islas volcánicas, que son estructuras surgidas del fondo de la corteza oceánica, elevaciones aisladas, generalmente alejadas de los continentes y posiblemente originadas por la segmentación de las grandes cordilleras. La particularidad de sobresalir o no del nivel del mar es simplemente casual, puesto que, en ocasiones, los volcanes surgen y se elevan varios cientos o miles de metros entre las olas y con el transcurrir del tiempo se precipitan nuevamente en el interior del mar. En el mundo existen picos colosales que se levantan imponentes, como es el caso de la isla Mauna Kea en Hawai, con más de 9.450 m desde el fondo del mar hasta su cima, que sobresale 4.250 msnm.

Las nuevas exploraciones del fondo marino han permitido descubrir una serie de estructuras semejantes a tubos rocosos de apariencia esponjosa, que pueden llegar a tener más de 10 m de altura. Por su boca lanzan una columna de humo negruzco que remonta las aguas pesadas y aplastantes del fondo —con más de 250 atmósferas de presión— para luego ascender por más de 50 m hacia la superficie. Las temperaturas próximas a estas fumarolas o chimeneas que vierten una gran cantidad de materiales minerales —sulfuros y metales como el zinc y el hierro—, pueden superar los 650 °C, en contraste con la temperatura promedio —1 a 2 °C—, que se observa en estas profundidades.

Las formas deprimidas son especialmente fascinantes por ser las menos conocidas y las que guardan el mayor de los misterios; muchos las creen conectadas con el manto superior de la corteza terrestre.

Se trata de accidentes con características y tipologías muy variadas que comprenden fallas, fosas, cañones y trincheras, alrededor de los cuales discurre la incertidumbre de la ciencia, puesto que los únicos registros de su existencia son los que trasmiten sofisticados equipos de sonar y sondas submarinas que permiten conocer tan solo las siluetas del fondo.

La Trinchera de Mindanao a 11.500 m de profundidad desde el nivel del océano Pacífico, es una de las más profundas y singulares. Entre las fosas más conocidas están las de Las Marianas, Filipinas, Japón, Puerto Rico, Sandwich y Java, cuyas profundidades van desde los 7.500 hasta los 11.000 m, con longitudes entre los 2.500 y los 4.500 km. El piso de las fosas está integrado por roca basáltica oscura de tipo volcánico.

Las fallas, como grandes cicatrices de la corteza oceánica, tienen un delineamiento rectilíneo y constante a lo largo de cientos de kilómetros; pueden incluso estar interconectadas, como es el caso de las fallas paralelas de Mendocina, Murray, Clarión y Clipperton, las cuales llegan de forma perpendicular a la gran falla de San Andrés —la más activa y conocida de todas, por su extensión entre Alaska y Centroamérica a lo largo de 6.000 km—. Estas fallas cumplen un papel primordial como grietas de dilatación de la corteza oceánica, pero presentan altos grados de sismicidad.

LOS RESTOS FÓSILES DEL SUELO OCEÁNICO

Uno de los principios más importantes en el mar es que todos los elementos y organismos que no pueden moverse por sus propios medios se precipitan hacia el fondo; el suelo oceánico es entonces el gran receptor de todos estos materiales y sedimentos que van formando capas que conservan la historia del tiempo oceánico.

En el fondo marino, tanto las fosas abisales o de profundidad de la plataforma oceánica, como los suelos someros de la plataforma continental, están íntimamente relacionados con el índice de acumulación de sedimentos, el cual resulta muy variable, pero definitivo en la composición final de las corteza submarina. En estricto sentido, esta corteza está estructurada por rocas ígneas que pasaron por el estado de lava líquida vertida desde las profundidades del manto, pero los procesos de acumulación de sedimentos han formado grandes depósitos de rocas metamórficas y sedimentarias.

Los fondos de suelos arcillosos donde se encuentran fósiles de vegetales reciben el nombre de diatomeas. A la lente de un potente microscopio, muestran un mundo insospechado de formas, que siglos atrás tuvieron vida y contribuyeron decisivamente en las cadenas de evolución orgánica.

En las rocas sedimentarias más profundas se observa la evidencia fósil de organismos que existieron en otras épocas: restos de esqueletos y caparazones —compuestos principalmente por carbonato de calcio y sílice— de antiguos animales conocidos como radiolarios, que también dan cuenta de las diferentes etapas del desarrollo de la vida marina.

Suelos, lodos, arcillas y fangos abisales son elementos propicios para la formación de rocas sedimentarias y metamórficas, entre otras razones, por las grandes presiones a las que son sometidos. Ellos constituyen un medio ideal para leer la historia geológica del planeta.

OCEÁNOS Y MARES

Amenudo los términos mar y océano se emplean como sinónimos para referirse a las grandes masas de agua salada; sin embargo se diferencian de acuerdo con criterios como su proximidad a las costas, su aislamiento, su posición con respecto a las plataformas continentales y por supuesto su tamaño; la extensión de los mares es mucho menor que la de los océanos.

El océano actual, como el del pasado remoto, es un manto de agua ininterrumpido que abarca el planeta de polo a polo. Sin embargo, presenta notorias diferencias por sectores, tanto en la composición orgánica y la vida marina, como en el comportamiento de sus aguas, que varía de acuerdo con la acumulación de energía; en algunos lugares tiene una mayor disposición a generar temporales y tormentas, mientras que en otros la superficie es calmada. Por diferentes características como accidentes geográficos, corrientes marinas, cuencas oceánicas y placas tectónicas, esta gran extensión de agua se ha dividido en cinco grandes océanos: Pacífico, Atlántico, Índico, Glacial Ártico y Glacial Antártico. Cada uno de ellos presenta características particulares, tanto en la temperatura de sus aguas, como en las corrientes, vientos y vida marina.

Hasta el siglo XIV se creía en la existencia de tan solo siete mares: el Mediterráneo, el Rojo, el de China, el de África Occidental, el de África Oriental, el Caspio y el Negro. Hoy se tienen definidos 54 mares distribuidos en los cinco grandes océanos; tipológicamente se clasifican en mares abiertos y en mares cerrados o interiores, de acuerdo con la existencia o no de una conexión con otros océanos o mares. Las particulares características de cada uno de ellos se originan en su tamaño, profundidad y latitud, lo que determina el clima, la temperatura, la salinidad de sus aguas y las corrientes.

LOS MARES INTERIORES

Están desligados de la vida oceánica y su existencia está mantenida únicamente por los caudales de ríos y arroyos que vierten sus aguas sobre estas cuencas saladas. Su salinidad es muy variable y depende de la temperatura y del régimen de lluvias de la región, pues éstas intensifican o disminuyen los niveles de evaporación y acumulación de agua. Estos mares son "Madre Viejas" del gran océano; formaron parte de él, pero quedaron atrapados dentro de los continentes en algún momento de su historia geológica. En muchos casos se han secado y la única evidencia de su existencia la constituyen los estratos lacustres de tipo oceánico que dejaron como huella.

Algunos mares interiores se encuentran muy retirados de la costa, otros se elevan a más de 200 msnm, sin que hayan perdido sus particularidades de salinidad; tal es el caso del mar Caspio (Irán–Turkmenistán–Azerbaiyán–Kazajstán–Rusia), o el mar Muerto (Jordania–Israel). Pero algunos se aislaron hace tanto tiempo y se levantaron hasta tales alturas, que sus aguas se volvieron dulces, como el Titicaca (Bolivia–Perú), o quedaron aislados en altas mesetas continentales como el Lago Salado de Utah (Estados Unidos) o el de Urnia (Armenia). Sin embargo, todos son testigos de la dinámica telúrica, sísmica, orogénica y tectónica del planeta.

LOS MARES CONTINENTALES

Son los que aún guardan una conexión con otros mares litorales o con algún océano, pero se encuentran en una situación de aislamiento relativo. Allí, las tierras continentales no han podido encerrarlos por completo, por lo que mantienen una cierta interdependencia con el océano más próximo. El mejor ejemplo de estos mares es el Mediterráneo, que se encuentra rodeado por los continentes europeo y africano y tiene apenas un pequeño contacto con el océano Atlántico a través del estrecho de Gibraltar. A su vez, el Mediterráneo establece un sistema de conexión e interdependencia con otros mares continentales como el de Liguria, el Tirreno, el Adriático, el Jónico, el Egeo y el de Mármara. Otros mares continentales importantes son el de Azov, el mar Negro y el mar Rojo, limitado por los continentes africano y asiático.


LOS MARES LITORALES

Están formados por grandes escotaduras en las costas de los continentes, por lo que se encuentran en un relativo aislamiento respecto de los océanos. Están delimitados por grandes puntas y prolongaciones de superficie terrestre, que al introducirse en los océanos, generan un semicerramiento litoral y costero. Como mares de este tipo, se pueden considerar algunos golfos, bahías o ensenadas de gran tamaño. El comportamiento de los mares litorales dependen de manera fundamental de las condiciones de marea, oleaje, calmas o furias de los océanos que los cobijan. El mar del Norte en Europa, el mar de Siberia y el de Kara, en el continente asiático, poseen las mismas particularidades de litoralidad y dependencia del océano. Otros ejemplos de mares litorales son el golfo de México, el de California, el de Guinea, el Pérsico, el de Bengala o el de Siam.




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